lunes, 26 de diciembre de 2016

Nunca más


Eso de sentirte pequeña e insuficiente
cuando te enamoras. 

Yo existía antes.

 
Maïa Vidal - Jell-O

viernes, 1 de enero de 2016

Uno de enero

En realidad quiero abrir una nueva entrada después de prácticamente un año para hacer lo que digo que digo de hacer siempre, que es comprometerme a no abandonarme a escribir. Pero, he allí, la diferencia, que es el hecho de que, más que nunca, sé el poder que tienen mis palabras; más que nunca sé cómo me encadenan. Sé el puto daño que me hacen. Sé que me llevan persiguiendo durante demasiado tiempo, y digo demasiado porque he estado pretendiendo mirar a otro lado cuando es inútil y muy arrogante querer huir de tu sombra. Pero no es más que eso: sombras. Y si las hay es porque hay luz, y brilla con una intensidad desbordante. 
Como los chorros de una cascada, golpeándose contra las piedras que acunan la rigidez de sus paredes. 

Así. 
Así... hoy. 
Feliz año. 

miércoles, 17 de diciembre de 2014

sábado, 21 de junio de 2014

Ostentanciones


Quiero una escalera que no proyecte su sombra 
para recordar lo que no está escrito. 
Quiero tabaco que no robe lágrimas. 
Quiero cafés que no se enfríen 
y tomarlos mil y una veces contigo 
y una sola vez con mil hombres. 
Quiero unas gafas de sol 
que lleven el sol en los cristales. 
Quiero absorber en una pajita el mundo 
y atragantarme. 

Por-que
la osadía no lleva a ninguna parte, 
pe-ro
la audacia derriba puertas. 

Quiero una escalera que no proyecte su sombra
para recordar lo que no está escrito. 
Y subir para bajar el cielo, 
en picado y a la izquierda. 

Porque Atlas está cansado
y yo también 
de las ambiciones humanas altivas. 
Que si fuesen golondrinas 
estarían en otro poema.

jueves, 19 de junio de 2014

Mutación


Veo atardecer desde mi ventana. El cielo mantiene todavía su color azul, pero desde hace un par de días también se tiñe de morado. Yo le digo a mi padre, cuando estamos en la cocina, que se acerque a verlo. Mira, papá. Otra vez el cielo está rosa. Y él lo mira contemplativo, pero indiferente. A mi me da igual su expresión. Se lo volveré a decir todas las noches que estemos juntos cenando en la cocina. Y todas esas veces le insistiré para que se asome a verlo. Porque da igual que el cielo esté azul, morado y rosa, pero mi padre no me da igual y él no está bien.

Hace algún tiempo sufrí mucho. A veces se me hace lejano y otras cercano, pero la constatación existe. Fue así una vez. Sufrí por alguien en concreto y nadie me causó daño. Sufrí por algo en concreto y nada en especial. Puede que fuera sobre todo y sobre nada. Puede que sea mi herencia genética o puede que fuese, simplemente, la vida. Que ocurre. Que si vivimos nos rompemos porque es nuestro precio por nacer. 

Y durante todo ese tiempo deconstruido en el que estuve sumergida, que no inundada, porque decidí tomar el timón de mis actos, hubo placer y decepción y cariño y recuerdos y magia, de adivinación. De esa que no predice, pero con la que se juega sobre qué podría ser. Sobre cómo una podría ser feliz o qué le impide ser feliz. 

Fui alguien en algún momento, pero que ahora no recuerdo, aunque por ello no deje de ser. Átomos en esencia; neutrones orbitando alrededor de un núcleo. Pero ocurre que las distancias mutan. Y eso se ve en un microscopio o en un depósito de gasolina después de haber quemado 180 kilómetros de un día a otro. Que las carreteras son unas y la fatiga de las personas es otra. 



Nancy Sinatra



Ahora soy una bala. 

Las balas tienen un objetivo, certero o no, de dirigirse hacia algo. Tienen una trayectoria, aunque la mía no es fija y siempre rebota en los cristales de las botellas del otro lado del bar. Sobre todo en los vinos, a los que últimamente he cogido mucha fijación. Reboto en ellos como saltando las líneas de un pentagrama, haciendo música, y canto y bailo y me balanceo porque no soy mortífera. Todavía.

Pero lo puedo ser. Pese a todo. Soy una bala apátrida. Que no tiene ni dios, ni amo, y que no la sujeta nada más que ella misma y la plata con la que está hecha para perforar los corazones de los lobos que se esconden en los bosques, de los cobardes, de los que se ocultan en las sombras. Los otros lobos, los que emergen de la oscuridad, me engullen pese a mi coraza. Y, pese a que sea doloroso, disfruto también. Porque se trata de morir un poco para sentir que se está viva. 

Entonces dejo de ser una bala, para ser carroña, para ser también loba. Porque aquella que tuvo los ojos abiertos una vez, no podrá volver a cerrarlos. Y aquella que aprendió a aullar, tampoco podrá volver a ser esa niña a la que abrigaron con una caperuza roja. 

Y aún con todo me dirán exitencialista. Y yo diré; me corro con el existencialismo. 


Es cierto eso de que la letra con sangre entra, pero me temo que este no es el lugar ni el momento más apropiado para ello. Porque la verdad no hace ruido. 





The White Stripes -  Truth doesn´t make a noise

domingo, 15 de junio de 2014

Simone de Beauvoir


La abrazó fuertemente, tibio, liso, elástico y duro: un cuerpo. Estaba allí, contenido por entero en ese cuerpo de hombre que ella apretaba entre los brazos. Todo el día se le había escapado: refugiado en su pasado, metido en sus pensamientos, dividido entre su madre y Denise, desparramado sobre el mundo entero, y ahora estaba allí contra su carne, bajo su rostro, bajo su boca, en el fondo del instante inmóvil: tan sólo uno cuerpo ciego iluminado apenas por el crepitar de millones de chispas. No me traiciones. No te vayas lejos con este cuerpo que mi cuerpo llama. No me dejes sola frente a la noche ardiente. Gimió. Estás aquí. Tan seguro, como que estoy aquí. Para mi, no por ti, esta carne que tiembla; tu carne. Estás aquí. Me deseas, me exiges. Y yo también estoy aquí, una llameante plenitud contra la cual el tiempo se quiebra. Este minuto es real para siempre, tan real como la muerte y la eternidad. 


"La sangre de los otros", 1945

sábado, 7 de junio de 2014

Declaración


Cuando me tocas, me siento mujer. Sin ti no tengo ni la forma, ni el aspecto, ni el olor, pero cuando me tocas me siento realmente una mujer.

Tú me mueves con un simple balanceo y yo me dejo llevar. Para no interrumpirte, para no destrozar tu perfecto cálculo, cada de una de tus respiraciones.

Yo te siento. Yo te siento encima de mí, abrazándome, ni muy suave ni muy fuerte, la manera precisa que yo esté bien agarrada y me puedas manejar.

Tú me haces sonar. Porque es imposible que sin ti yo lo haga. Un sonido tan potente y ceremonioso que todo lo demás parece disolverse para impedir que su pureza se pierda.

Yo cambio. Yo cambio cuando tú lo haces, cuando tú me mueves, cuando tú me tocas y cambias, yo también cambio. Lo hago contigo. Lo hago necesariamente contigo. Porque sin ti no lo haría.

Yo no soy más que un trozo de madera que no tiene forma, ni aspecto, ni olor de mujer, pero cuando tú me tienes es distinto. Yo me comporto como si lo fuera, la mujer de tu vida, la que te hace soñar con grandes ambiciones. Porque sé que eres ambicioso y me encanta.

Yo me comporto como la mujer que te permite ser el hombre más feliz del mundo. Cuando me tocas, yo noto como tú te vuelcas en mí, que yo soy tu todo y tú lo eres todo para mí.

Cuando no lo haces, me duele. No es que te quiera solamente para mi, no es eso. No podría hacerte eso. Simplemente, porque no podría estar sin ti. Me entristezco porque parece que no quieres que te conozcan, que no quieres que las personas que te rodean te vean como te veo yo, como te veo cuando estamos juntos.

Porque juntos conseguimos elevarnos. Juntos conseguimos que este mundo espléndido y culpable no exista. Sólo somos tú y yo, y nuestro sonido. Cuando estamos allá arriba, cuando estamos en el escenario y la gente nos mira, no pensamos ni en gustarles ni en sentirnos mejor que ellos. Pensamos en los dos. Así somos.

Lo más extraño es que en ese momento, cuando nos fundimos madera y corazón, sonido y sentimiento, noto como una persona del público, una mujer que nos está viendo, tiene celos de mí. Le gustaría que fuese ella quien estuviese en tus brazos. Le gustaría que fuese ella quien se dejara llevar por ti y disfrutar de tus manos, de tu cuerpo, de tu respiración.

Yo siempre fui un trozo de madera y ella una mujer. Y a mí me gustaría poder ser ella y ella ser madera para ti. Somos las protagonistas de esta paradoja, otra más entre tantas.

Aunque aún es más paradójico, que a pesar de que pretendas cambiarme, te siga queriendo. Porque soy consciente de que mi vida solo tiene sentido si estoy contigo. Porque en el momento que me abandones, volveré a ser un simple violonchelo. Yo ya no seré más tú mujer, ni el sueño de tus ambiciones, ni tu felicidad. Seré un recuerdo que sobrepasará las cuerdas rotas, el polvo y la muerte. Pero de algún modo, aunque no me toques, no me muevas, no me hagas sonar; permaneceré viviendo en tu memoria. Eso lo sé.

Pero, ¿y aquella mujer? La mujer que nos miraba cuando eramos uno y demostrábamos con arco en la mano lo que eramos capaces, ¿qué pasará con ella? ¿Tendrá celos de la próxima madera que venga? ¿La olvidarás? ¿Te olvidará? Creo que ella también necesita que la abraces.